Grupo PrevInfad/PAPPS Infancia y Adolescencia
Promoción de la actividad física en la infancia y la adolescencia (parte 1)
Autores:
Sánchez Ruiz-Cabello FJa, Campos Martínez AMb, de la Vega de Carranza Mc, Cortés Rico Od, Esparza Olcina MJe, Galbe Sánchez-Ventura Jf, Gallego Iborra Ag, García Aguado Jh, Pallás Alonso CRi, Rando Diego Aj, San Miguel Muñoz MJk, Colomer Revuelta Jl, Mengual Gil JMm
aPediatra. CS Zaidín Sur. Granada. España.
bServicio de Pediatría. Hospital de Motril. Granada. España.
cMIR-Pediatría. Hospital Materno-Infantil Virgen de las Nieves. Granada, España.
dAsociación Española de Pediatría de Atención Primaria. Madrid. España.
ePediatra. Madrid. España.
fPediatra. CS Torrero La Paz. Zaragoza. España.
gPediatra. Unidad de Atención Infantil Temprana. Distrito Sanitario Málaga-Guadalhorce. Málaga. España.
hPediatra. Madrid. España.
iServicio de Neonatología. Hospital Universitario 12 de Octubre. Madrid. España.
jPediatra. CS Mejorada del Campo. Velilla de San Antonio. Madrid. España.
kPediatra. CS Paterna. Valencia, España.
lDepartamento de Pediatría, Obstetricia y Ginecología. Unidad de Pediatría. Universidad de Valencia. Valencia. España.
mPediatra. CS Delicias Sur. Zaragoza. España.
Correspondencia: FJ Sánchez. Correo electrónico: jsanchezrc@gmail.com
Referencia para citar este artículo:
Sánchez Ruiz-Cabello FJ, Campos Martínez AM, de la Vega de Carranza M, Cortés Rico O, Esparza Olcina MJ, Galbe Sánchez-Ventura J y cols. Promoción de la actividad física en la infancia y la adolescencia (parte 1). Rev Pediatr Aten Primaria. 2019;21:279-91..
Publicado en Internet: 09/09/2019
Resumen:
La actualización sobre las actividades de promoción de la actividad física en la infancia y adolescencia se aborda en dos partes. En la primera se analizan los beneficios en salud y los posibles riesgos de la actividad física. En la segunda se valora la evidencia sobre la eficacia de las intervenciones dirigidas a la promoción de la actividad física y disminución del sedentarismo en la edad pediátrica. El grupo PrevInfad sugiere hacer intervenciones dirigidas a la promoción de la actividad física o a la disminución del sedentarismo tanto en Atención Primaria como en el entorno escolar o comunitario.
Palabras clave: Sedentarismo. Recomendaciones. Promoción. Intervenciones. Infancia. Ejercicio. Adolescencia. Actividad física.
La actividad física (AF) se ha utilizado con éxito para la prevención y tratamiento de la obesidad, la hipertensión y otras enfermedades crónicas. Asimismo, el hábito de vida sedentaria se ha relacionado con enfermedades de gran morbimortalidad en la edad adulta (hipertensión, diabetes y arteriopatía coronaria, entre otras).
En 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) subrayó que la prevención mediante la promoción de AF y una dieta saludable debería ser competencia fundamental de la Atención Primaria (AP) y planteó qué cambios harían falta en los sistemas de salud para implantar tales servicios desde la AP1.
Asimismo, la OMS2,3 indica que hay evidencia de que la promoción de una dieta saludable y la AF son coste-efectivos en la reducción de peso, aunque también recalca que la implementación de este servicio rutinario desde AP es un reto. Recomienda practicar un mínimo de 150 minutos de AF moderada a la semana o 75 minutos semanales de AF intensa en adultos, además de actividades de fortalecimiento muscular al menos dos días en semana. También aconseja que los niños de 5 a 17 años realicen al menos una hora de AF diaria moderada o intensa.
Las recomendaciones nacionales sobre la promoción de la AF y reducción del sedentarismo coinciden con las existentes a nivel internacional, aunque adaptadas a la realidad poblacional de nuestro entorno4.
Ser activo físicamente durante la infancia y adolescencia no solo es importante para la salud de ese periodo vital, sino también para mantener una buena salud durante todo el curso de la vida. La práctica de AF en la infancia hará que los niños y niñas se sientan competentes en sus habilidades físicas y, probablemente, hará que sean más activos durante la edad adulta.
En los últimos años ha habido un crecimiento considerable en la investigación sobre los beneficios de la actividad física en la edad infantil, y aunque existen riesgos asociados con el ejercicio, todas las revisiones, guías y sociedades científicas aceptan que los beneficios superan ampliamente a los riesgos2,4–7. Numerosos estudios de observación y un pequeño número de estudios experimentales indican que la actividad física regular es valiosa por aportar beneficios para la salud en niños y adolescentes. Recientes estudios epidemiológicos a gran escala, utilizando medidas válidas de la actividad física, han demostrado asociaciones más fuertes de lo que había sido observado previamente, y han ayudado a aclarar la relación dosis-respuesta entre la actividad física y los resultados de salud específicos8–13.
Los beneficios de la AF, sus riesgos potenciales y las intervenciones para mejorar un nivel óptimo en niños y adolescentes serán revisados ampliamente en este documento.
La OMS estima que 1,9 millones de muertes en todo el mundo son atribuibles a la inactividad física y al menos 2,6 millones de muertes son el resultado del sobrepeso o la obesidad. Además, estima que la inactividad física causa del 10 al 16% de los casos de cáncer de mama, de colon y recto, así como un incremento en el número de casos diabetes tipo 2 y de enfermedad coronaria1.
En 2005 Aranceta publica un trabajo sobre epidemiología y factores determinantes de la obesidad infantil y juvenil en España14. Teniendo en cuenta el tiempo medio global diario dedicado al desempeño de actividades sedentarias (estudio, televisión, ordenador y videojuegos), la prevalencia de obesidad fue más elevada entre los chicos que dedicaban mayor tiempo a este tipo de actividades en comparación con los que dedicaban menos tiempo (odds ratio [OR]: 1,23; intervalo de confianza del 95% [IC 95]: 1,22 a 1,24). La prevalencia de obesidad entre los chicos que no practicaban ningún deporte habitualmente fue más elevada en comparación con los que sí tenían este hábito, especialmente entre los chicos que practicaban actividades deportivas tres veces a la semana.
En EE. UU., la mayoría de los niños cumplen las recomendaciones de AF a los nueve años, sin embargo, a los 15 años solo el 32% cumple las directrices en días laborables y el 18% en fines de semana; de acuerdo con la encuesta nacional de nutrición y AF, solo el 15% de los estudiantes de secundaria participan en más de una hora de AF aeróbica al día. La reducción de los niveles de AF en la adolescencia puede predecir una reducción secundaria de los niveles de AF en la edad adulta, lo que corrobora sus implicaciones potenciales para la salud a largo plazo15,16.
En 2017, en un estudio sobre 306 niños y niñas aragoneses de 7 años, el porcentaje que cumplían las recomendaciones de la OMS (niños activos) era del 72% en niños y 41% en niñas17. La Fundación para la Investigación Nutricional, en su informe de 2016, aporta datos sobre la prevalencia de la AF de los niños y adolescentes en España. El informe concluye que la mitad de la población estudiada no llega al cumplimiento de las recomendaciones sobre AF18.
Marco teórico adaptado con autorización (Fig. 1)19,20.
La mayoría de los datos sobre los beneficios del ejercicio provienen de ensayos de observación y sugieren que el ejercicio regular reduce el riesgo de mortalidad por cualquier causa en hombres y mujeres, tanto en las poblaciones más jóvenes como en las mayores21. También se ha mostrado beneficioso para el tratamiento de numerosas enfermedades crónicas en población adulta22.
En 2014 un metaanálisis de estudios de cohorte en atletas encontró que la razón de mortalidad estandarizada por todas las causas fue menor en los atletas que en población general: 0,67 (IC 95: 0,55 a 0,81; p <0,001)23.
Un número de estudios considerable ha demostrado una fuerte relación inversa entre el ejercicio habitual y el riesgo de enfermedad coronaria, eventos cardiacos y muerte cardiovascular, tanto en prevención primaria como secundaria14. Al disminuir la mortalidad de origen cardiovascular, el cálculo de la expectativa de vida en la infancia es mayor24. También hay evidencias de que el ejercicio puede reducir el riesgo de accidente cerebrovascular25,26.
En la infancia hay evidencias en estudios observacionales y experimentales de que el ejercicio físico aumenta la capacidad aeróbica, el desarrollo muscular2,13,27-29 y la densidad ósea30-34.
Numerosos trabajos y revisiones sistemáticas (a pesar de que la fuerza de la evidencia que apoya estos hallazgos es variable) identifican estos beneficios de la actividad física regular en los niños en edad escolar. Hay evidencias de que ayuda a mejorar las variables de bienestar psicosocial y autoestima13,27,35-38.
En diversos trabajos de investigación, la AF se ha relacionado con una mejora de las habilidades motoras y cognitivas39-42, y en preescolares hay asociación positiva entre la AF vigorosa y el desarrollo motor y cognitivo, e inversa con el sedentarismo43,44. Incluso hay trabajos en los que la AF mejora la estructura y función cerebral45,46. Un metaanálisis47 relaciona la AF y el desarrollo cognitivo, incluyendo percepción motora, inteligencia, notas académicas, lectura, test matemáticos y verbales en escolares de 4-18 años. En cambio, a pesar de que algunos trabajos relacionan la AF con mejores puntuaciones académicas y lectura48-50, otros estudios no encuentran relación51,52.
En 2014 la colaboración Cochrane realizó una revisión53 sobre cómo la intervención sobre el estilo de vida mejora el rendimiento escolar y la conclusión fue que, aunque la AF tiene efectos positivos sobre el comportamiento, la magnitud del efecto es pequeña, así que, a pesar del gran número de ensayos, falta evidencia sobre su impacto en el rendimiento escolar y las habilidades cognitivas. Los estudios existentes presentan una serie de problemas metodológicos que afectan a la calidad de la evidencia. Las intervenciones multicomponente dirigidas a promover la AF y una dieta saludable podrían beneficiar al rendimiento escolar general, mientras que una intervención sobre la AF dirigida a controlar el peso infantil podría beneficiar al rendimiento matemático, la función ejecutiva y la memoria de trabajo. Aunque los efectos son pequeños, un gran número de niños y adolescentes podrían beneficiarse de estas intervenciones. Por lo tanto, concluyen que los responsables de las políticas de salud deberían considerar estos beneficios potenciales adicionales cuando promueven la AF y la alimentación saludable en las escuelas.
En población infantil, hay evidencias suficientes en revisiones sistemáticas que incluyen estudios experimentales13,27,32,34 y otros trabajos54-63 que apoyan la asociación entre AF y disminución de los factores de riesgo cardiovascular, como la disminución de la adiposidad, la reducción de los niveles de colesterol o triglicéridos en los jóvenes con colesterol alto o la reducción de la presión arterial en los jóvenes con hipertensión esencial leve60-64.
En 2017, en un estudio observacional con niños de siete años en España, se comprobó que existía una correlación inversa entre la AF de moderada a vigorosa y el porcentaje de masa grasa en las niñas y en los niños y una correlación directa entre la AF moderada a vigorosa y la masa ósea, la densidad ósea y la masa muscular (p <0,05)17.
Asimismo, la OMS concluye2 que hay suficiente evidencia en estudios observacionales y en trabajos experimentales que indican que la AF está relacionada positivamente con parámetros de salud cardiorrespiratoria y metabólica en niños y jóvenes. Al comparar los niños y jóvenes inactivos con los que hacen ejercicio, se observa que los últimos presentan menor grasa corporal y un perfil de riesgo de enfermedad cardiovascular y metabólica más favorable.
El grupo U.S. Preventive Services Task Force ha publicado en 201755 una nueva revisión sobre beneficios y daños de las intervenciones para el control de peso que se analiza en el tema prevención de la obesidad y sobrepeso.
En los niños en edad escolar hay revisiones sistemáticas y estudios experimentales y observacionales que muestran una relación entre AF y reducción de la adiposidad en los jóvenes con sobrepeso4,13,27,55,59-61, si bien la gran mayoría de intervenciones se hicieron conjuntamente con dieta, AF y estilo de vida55. Remitimos al tema prevención de la obesidad y sobrepeso y al apartado de intervenciones en este documento.
En población infantil, estudios observacionales han documentado asociaciones entre la AF y la prevención de asma, miopía, déficit vitamina D y trastorno por déficit de atención e hiperactividad65.
El sedentarismo se asocia a una mayor mortalidad en población adulta6,28. Aunque falta investigación sobre las consecuencias para la salud en niños, hay evidencia reciente de que la conducta sedentaria (medida como tiempo de pantalla y tiempo acumulado de actividades sedentarias) en los primeros años de edad se asocia con el sobrepeso y la obesidad, así como con un desarrollo cognitivo inferior7. Estos datos sugieren que los periodos prolongados de sedentarismo son un factor de riesgo independiente de mala salud.
Es importante destacar que los patrones del comportamiento sedentario, sobre todo ver la televisión, son relativamente estables en el tiempo. Por lo tanto, hay una necesidad de establecer patrones de conducta saludables durante los primeros años con el fin de protegerse contra posibles perjuicios para la salud en el futuro11,66,67.
Las intervenciones sobre el comportamiento sedentario se analizan en el apartado correspondiente (intervenciones).
Sin embargo, los datos disponibles no son suficientes para sugerir un límite de tiempo. Así que, sobre la base de la evidencia actual, reducir el tiempo de sedentarismo total y televisión sería recomendable, pero el tiempo exacto solo se puede precisar en base a opiniones de expertos.
La OMS y la mayoría de las guías recomiendan que los niños en edad escolar participen en al menos 60 minutos diarios de actividad física de intensidad de moderada a vigorosa, adecuada a la edad y el desarrollo, y agradable2,4-7. La AF debe incluir actividades que fortalecen los músculos y los huesos al menos tres días por semana34,68. Vamos a considerar el tipo de ejercicio, la intensidad, la frecuencia, y la cantidad recomendadas actualmente.
Las recomendaciones se basan en la opinión de los expertos2,4-7.
En la población infantil, la mayoría de los parámetros de salud, incluyendo el peso y la salud cardiometabólica, son principalmente sensibles a actividades de tipo aeróbico7. Sin embargo, la salud ósea parece estar más favorablemente afectada por el entrenamiento de resistencia y otras actividades de alto impacto. Por eso la dosis óptima de actividad requerida para beneficiar la salud ósea puede ser mayor de la que está recomendada34,69. Para reflejar estos avances en el conocimiento, las nuevas directrices (basadas en opinión de expertos) recomiendan que las actividades que fortalecen los músculos y huesos deben ser incorporadas al menos tres días por semana70.
No hay evidencias sobre la intensidad de la AF para los primeros años, las recomendaciones que existen se refieren a la actividad de cualquier intensidad, es decir, leve, moderada o vigorosa7.
En niños escolares y adolescentes7 existen revisiones de la literatura médica que indican que, para mejorar algunos resultados de salud como la capacidad cardiorrespiratoria o la fuerza muscular y ósea, es necesario incorporar actividad física de intensidad vigorosa13,34,69,70. Así pues, en población escolar y adolescentes hay evidencias de que unos mayores niveles de AF se relacionan positivamente con una mejor salud metabólica y desarrollo muscular34,69,70, así como con un mejor desarrollo cognitivo y emocional71.
Para actividad de baja intensidad11 se necesita más investigación para explorar su impacto en la salud de los niños y jóvenes.
En 2010 Jannsen y Leblanc13 realizaron una revisión sistemática para analizar los beneficios de la AF sobre algunos indicadores de salud en escolares y jóvenes. La revisión incluye trabajos observacionales y ensayos clínicos, de un total de 11 088 artículos se incluyeron 113. Los programas de intervención tuvieron duraciones que oscilaron de un mes a dos años, con una periodicidad de 2 a 3,5 horas por semana y una duración promedio de 17 a 30 minutos de AF diaria. La revisión se centró en siete indicadores de salud: colesterol, presión arterial, síndrome metabólico, obesidad, densidad ósea, depresión y lesiones, cuyos resultados se describen a continuación.
La revisión sistemática, además de documentar los beneficios de la AF, estudió también la dosis respuesta, resultando ser la AF aeróbica la que obtuvo las mayores mejoras en salud. En conjunto, los estudios concluyen que cantidades moderadas de AF pueden aportar beneficios, sobre todo en niños con factores de riesgo como el sobrepeso. Para alcanzar beneficios sustanciosos, la AF debe ser al menos de intensidad moderada, aunque si es vigorosa aportará más beneficios. La actividad aeróbica aporta los máximos beneficios en general, mientras que para los huesos es necesaria la AF con ejercicios de alto impacto. Por todo ello, se recomendó que en niños de 5 a 17 años la AF fuera de al menos una hora diaria y al menos de intensidad moderada (nivel 2, grado A). La AF vigorosa con fuerza debería ser añadida (nivel 3 grado B) a la actividad aerobia mayoritaria al menos 3 días a la semana.
La base de la evidencia está creciendo rápidamente ya que se están realizando estudios epidemiológicos a gran escala que utilizan medidas válidas de la actividad física y que están ayudando a aclarar la relación dosis-respuesta entre la actividad y mejora de algunos parámetros de salud específicos10,13,55-58,69,74.
Sin embargo, hay una falta de pruebas con respecto a los beneficios para la salud asociados con duraciones específicas de actividad vigorosa. Por lo tanto, no se puede proporcionar en la actualidad una recomendación basada en la evidencia para la duración de las sesiones individuales de actividad de intensidad vigorosa para los niños y los jóvenes.
La distribución semanal de la AF asociada con un beneficio para la salud óptima es actualmente desconocida13. Sin embargo, algunos de los beneficios para la salud se asocian con el resultado de las respuestas agudas de la AF que se producen durante un máximo de 24-48 horas después de la actividad. A fin de reflejar esta evidencia, así como fomentar los hábitos de actividad regulares a través de la semana, se recomienda que los niños y los jóvenes realicen AF diaria.
Las actividades intensas, incluyendo aquellas que fortalecen los músculos y huesos, se deben incorporar al menos tres días a la semana (ver apartado de recomendaciones).
El análisis de los daños potenciales asociados a las intervenciones está descrito en el capítulo de intervenciones y son prácticamente inexistentes.
Entre los riesgos más frecuentes asociados a la AF se encuentran las lesiones musculoesqueléticas. También existen riesgos más graves, pero son poco comunes, como las arritmias y la muerte súbita.
Hay estudios solo de tipo observacional y de baja calidad que asocian las lesiones musculoesqueléticas con la AF, aumentando su frecuencia a mayor nivel de actividad13. El tipo de lesiones musculoesqueléticas más frecuentes son la inflamación muscular, las fracturas por estrés, las fracturas traumáticas, las tendinitis, las bursitis y las parálisis de ciertos nervios75,76. Estas lesiones son muy variables y dependen de la edad del niño, el tipo de AF realizada o su intensidad. Las personas que no realizan ejercicio son más propensas a presentar lesiones graves cuando lo realizan que las que lo practican de forma habitual77.
La muerte súbita cardiaca es rara, pero puede ocurrir durante la AF y el riesgo está aumentado tanto en hombres como en mujeres.
Las personas que practican actividad física intensa presentan una incidencia mayor de muerte súbita que las no deportistas: 1,6 muertes cada 100 000 personas frente a 0,75 muertes cada 100 00078,79. En menores de 35 años el riesgo es excepcional: 1 por cada 200 000 personas al año. Sin embargo, en mayores de 35 años el riesgo es mucho más elevado: 1 por cada 18 000 personas. Además, existe un aumento del riesgo de arritmias durante el ejercicio en pacientes con enfermedad cardiaca subyacente (miocarditis y miocardiopatía hipertrófica especialmente) o antecedentes de arritmia.
Se han descrito trastornos hidroelectrolíticos asociados al deporte80, entre los que se encuentran el golpe de calor, la hipertermia, la hipotermia y la deshidratación81.
Los trastornos de alimentación asociados a la AF son principalmente la anorexia nerviosa y la anemia ferropénica80.
La rabdomiólisis es consecuencia de una rotura de fibras musculares durante la realización de ejercicio físico intenso cuando el suministro de energía a los músculos es insuficiente. Su aparición puede derivar en mioglobinemia, mioglobinuria y aumento de la creatinfosfokinasa en sangre. Existen complicaciones graves derivadas de la rabdomiólisis, como son la insuficiencia renal, las alteraciones de electrolitos o el síndrome compartimental82.
Además, existen factores de riesgo para su producción como la falta de entrenamiento, un ambiente húmedo y caliente, la toma de medicamentos anticolinérgicos o ciertas alteraciones electrolíticas o metabólicas propias del individuo que realiza el ejercicio83.
Las alteraciones psicológicas están generalmente ligadas al exceso de estrés en la competición deportiva. Para su prevención, los expertos opinan que los programas deportivos se deben ajustar a los niños, tratando de mantener un nivel adecuado de competencia que evite el estrés por la desigualdad80.
El ejercicio físico puede inducir broncoconstricción, especialmente en los pacientes con asma84. La magnitud de la broncoconstricción se corresponde con el grado de hiperreactividad de las vías respiratorias. El ejercicio regular, a largo plazo, puede ser útil en la prevención de la broncoconstricción inducida por el ejercicio.
Los autores declaran no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
AF: actividad física · AP: Atención Primaria · IC 95: intervalo de confianza del 95% · IMC: índice de masa corporal · OMS: Organización Mundial de la Salud · OR: odds ratio.
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